El albergue de Soncillo nos espera, entre los árboles y sobre los prados, encendido y vacío como una caracola recién cogida. Son los días previos a una inminente EVE, otra más, días de aparente calma de julio que terminará en el frenesí de la partida, en el hacer y rehacer maletas que nunca son lo suficientemente grandes, ni parecen del todo preparadas.
Es cierto, ya se respira EVE, preparativos y planes, ya se respira a viaje, a noches largas y días aún más largos, y hacemos acopio de música y materiales como hormiguitas nerviosas que van y vienen sin descanso, volviendo a armar un castillo invisible que ha de encajar, perfecto, en el otro, en el de piedra y cristal, en el tranquilo albergue que aparece, más allá del pantano, más allá de las últimas casas del pueblo, en un rincón del norte burgalés.