Definitivamente, estamos empezando a tener envidia de aquel viaje a Vic. A continuación podéis leer el testimonio de Elisa (y con éste ya van dos…), una de nuestras alumnas que participaron en aquel memorable coro. Era julio y…
«Llevábamos tanto tiempo esperando este momento que cuando quisimos darnos
cuenta, ya había terminado.
Ya estábamos sentadas en el avión de vuelta a Valladolid. No lo podía
creer. Habían acabado los que serían los mejores días de mi mes de Julio.
Lo habíamos pasado tan bien que desearía reiniciar la semana y volver al
día en que nos despedíamos de nuestros padres.
Habían sido cinco días intensos, llenos de música y buenos momentos. Llenos
de experiencias que nunca antes había experimentado. Conociendo a un montón
de gente nueva con la que, poco a poco, iba intentando comunicarme mediante
los idiomas que más o menos manejo: español, inglés y francés. Desde las
chicas catalanas de nuestra habitación, hasta las eslovenas que habían
venido.
Es fascinante cómo gente de países tan distintos como España, Italia,
Francia y Eslovenia, pueden hacer música juntos. Sin conocerse. Sin hablar
el mismo idioma. Sin si quiera tener el mismo nombre para las notas.
Pero aún así, lo hicimos. Ensayando y ensayando. Horas y horas. Mañana y
tarde, conseguimos preparar las obras a tiempo, con la gran sorpresa para
muchos de que irían de memoria para el concierto.
Recuerdo los descansos mirando y estudiando las letras. Intentando
memorizarlas con gestos y movimientos absurdos, o incluso intentando
rapearlas.
Después de los ensayos, gracias a la monitora catalana que dormía con
nosotras, a la que cogimos mucho cariño, podíamos ir a dar una vuelta por
Vic y tomarnos un helado. Con esto conseguíamos olvidar lo cansadas que
estábamos, el sueño que teníamos o lo rota que estaba nuestra voz, mientras
hablábamos de nuestras respectivas ciudades o de los estudios.
Aunque haya costado un gran esfuerzo para la voz, el coro de Willems me ha
ayudado mucho vocalmente y no solo eso, también me ha «enseñado» a amar el
canto y a descubrir lo que se puede hacer con la voz, gracias a los
profesores que, con sus distintos métodos, nos han enseñado, además de la
parte técnica, la parte que se refiere al amor hacia la música.
Además han sido muchos los ratos divertidos que ha dejado tras de sí, como
el día que llegamos, corriendo con Mari Angeles por la estación para coger
el tren que por poco se nos escapa, o el último día, riendo a carcajada
suelta con una compañera francesa que habla español.
Y no solo destacaría los momentos divertidos, también otros de mucha
emoción, como cuando escuchamos nuestra grabación, con la que se te ponían
los pelos de punta, o cuando en el concierto cantamos la partitura de Pablo
Casals, en la que el director dijo que cerráramos los ojos y, al abrirlos,
pudimos observar una lágrima que resbalaba por su mejilla.
Creo que ha sido una experiencia genial, que repetiría una y mil veces y
que espero vivir al año que viene en Roma, porque dicen que la música une
personas, y en este viaje, lo he podido comprobar.»
¡Muchas gracias por tu crónica, Elisa!