Ahora, que el curso internacional Willems en Roma está a punto de acabar, y que un sin fin de historias, anécdotas e imágenes nuevas refrescarán en breve nuestro surtido anual, me vienen a la cabeza otras salidas de la escuela, otros viajes.
Ya he descrito aquí lo que supusieron el Paseo musical o la reciente EVE; en las calles del centro de Salamanca y el pueblo burgalés de Arlanzón aún resuenan los ecos… Pero durante el curso hubo otros lugares a los que nos asomamos, adonde acudimos con nuestras agrupaciones instrumentales y coros. El colegio público Pablo Picasso, de Carbajosa de la Sagrada, y el Instituto Miguel de Unamuno, en Ledesma, nos acogieron con los brazos abiertos allá por los meses de marzo y abril.
Mostrar y explicar las partes de una guitarra, de un clarinete o de un arco son algunos de los pequeños gestos que daban paso a cada parte musical. Una pizca de pedagogía y el sencillo placer de las escucha: nada más que eso. La complicidad y la atención de los alumnos, pequeños y mayores, que nos acompañaron durante ambas jornadas matutinas, fue esencial para que nos sintiéramos como en casa, para que dar y recibir se confundieran, haciéndose un hueco entre las clases de mates y lengua; un día es un día… Mientras, la imaginación practicaba sus juegos, y parecía que de un momento a otro el violín volaría hasta la canasta de atrás o que el olvido dejaría sin anudar las crines de los arcos, que parecerían entonces un bosque de sauces llorones, estilizados bonsáis de ondeantes ramas… Y así, de la ensoñación de la música, pasamos al ágape compartido, momentos para conversar y relajarse después del concierto.
Gracias a todos, profesores y alumnos, por tratarnos así de bien. Nos quedamos con ganas de volver.