Pocas veces hemos recibido tantas muestras de agradecimiento, tantas palabras compartiendo el gozo, tantas conversaciones por los pasillos, como las que nos han llovido desde que comenzaron los eventos de celebración de nuestro 30º aniversario. Apenas ha pasado un trimestre, la rueda de los años ha dado un pasito más, el que deja atrás el 2014 y abre el 2015, y ya hemos vivido en nuestras carnes emociones que habitualmente parecen reservadas a las Escuelas de Verano. Esperamos que este curso se repartan a lo largo y ancho del calendario. De momento, dos fechas brillaron con luz propia y son ya legado reciente en nuestro haber: La velada de microrrelatos, y el concierto de Tirant lo blanc (aderezado con un poquito de Gluck). Vayamos por partes.
Resta decir que, la magia de aquella velada, no fue fruto sólo de dinosaurios que aparecen al amanecer o héroes beodos que se pierden en el célebre laberinto, sino que vino anudada a las armonías y melodías sinuosas que los músicos que nos acompañaron hicieron fluir: en el piano fueron Mompou & Scriabin, dos iluminados de la composición breve, que pasaron por las manos de Chema Mezquita. En la guitarra, nuestro antiguo alumno, Roberto Marina, se hizo cargo del estreno absoluto de cinco pequeñas piezas compuestas por su, en otros tiempos, profesor en la escuela. Cinco nubes mínimas que se pasearon entreveradas a los textos y los oídos avezados del respetable (¡Gracias, Rober!). Silvia Marcio nos sorprendió con un tablón lleno de cuencos tibetanos que poblaron el espacio de armónicos corpóreos y sutiles, y que dejaron a los más pequeños pegados al asiento. Y sí, los mayores también nos quedamos con ganas de que el cimbrear cíclico del metal sonara más allá en el tiempo, y nos acompañara hasta las mismísimas puertas del sueño esa noche. Pero ya habrá oportunidad…
Para terminar, me gustaría destacar otra de las sorpresas de la velada, y es que no vienen a visitarnos músicos de fuera todos los días… El conocido saxofonista Fernando Aguado, adalid del buen jazz y de la libre improvisación, aceptó de buen grado la invitación a sumarse a la causa, y nos mostró cómo funciona su imaginación sobre el escenario. Cada cuento dejaba entrever sus trazas, y su saxo iluminaba lo oscuro, o suavizaba lo demasiado claro, siempre original, siempre conciso. Un lujo que, desde aquí, agradecemos infinitamente. Gracias, Fernando, gracias a todos los músicos que participasteis en la velada. Los microrrelatos volvieron a la escuela, y no lo hicieron solos.