Tras las anteriores sesiones, donde los alumnos de talleres escucharon todos los instrumentos, e incluso tuvieron ocasión de participar en la construcción de sencillos prototipos, llegó el momento de meterse en harina y agarrar el toro por los cuernos. En sendas mañanas de sábado, nuestros pequeños aspirantes a músicos pudieron probar cada instrumento con sus propias manos: sostener el arco del violín, hacer sonar la embocadura de la flauta, hinchar el fuelle del acordeón, sentarse con la guitarra entre las piernas, sentir el apabullante sonido del piano de cola, soplar a través del clarinete, notar cómo vibra un contrabajo, colocarse la viola sobre el hombro, pasar el arco sobre las cuerdas del chelo…
Dos horas pululando por los pasillos de la escuela, saltando de aula en aula, descubriendo cómo suena o cómo se siente su instrumento favorito cuando se tiene cerca. Ahora toca madurarlo todo y, poco a poco, decidirse. No es cosa fácil decantarse por el instrumento con el que se va a convivir tanto tiempo. Pero, no hay problema, sea cual cual sea la elección, la protagonista será siempre la belleza de la música, ese fluir imparable al que damos cuerda cada día. No hay de qué preocuparse, entonces. Queda en buenas manos.