Cercano a los edificios de Correos y del Hospital Universitario, enclavado en la calle del mismo nombre, se sitúa el colegio bejarano Filiberto Villalobos. Allí viajó, un primaveral viernes de abril, nuestra expedición formada por las agrupaciones de los mayores -nuestros músicos de 4º curso en adelante-, con la idea de mostrar los instrumentos y sus posibilidades a los alumnos del centro público.
Siempre es un gusto ver las caritas de los más pequeños obnubiladas al contemplar cómo se descompone el arco en un haz de crines de caballo, o al ser conscientes de lo definitivo que puede llegar ser ese palito recto que va dentro de la boquilla del clarinete -al que llamamos «caña»-. Tampoco se tiene la oportunidad todos los días de escuchar a diez guitarristas sonando juntos, o que una pequeña orquesta de cuerda haga resonar como nunca las paredes de las aulas.
Música de cada instrumento, música en conjunto. La magia de lo pequeño, de lo concreto, de lo personal; la intensidad de lo grande, la suma que subyuga, lo bello que nos abruma. Para esto fuimos a Béjar. Porque la música se hace en persona, no es algo que se pueda meter en un libro o guardar en una caja para otro día. La música sólo crece donde el músico respira, y necesita un oído -decenas, cientos, miles de oídos- para hacerse real. Así es la cosa. Amigos del colegio Filiberto Villalobos, muchas gracias por acogernos (y por escucharnos)