Como cada curso por estas fechas, los alumnos y alumnas de 6º de formación, tenían su cita sabatina con el diploma. Un modo de exponer lo aprendido en lenguaje musical y en el instrumento, en una sesión que duraba la mañana entera, y en donde cada uno ponía su granito de arena como colofón al curso que está apunto de expirar.
Como siempre, las abundantes y variopintas viandas -fresas, cerezas, gominolas, tartas y bizcochos artesanos (enésima demostración de lo que Pilar en modo repostero puede aportar a la humanidad…) nos acompañaron a profesores y alumnos durante las horas de escucha y deliberaciones, y nos hicieron más suave el camino, en una feliz costumbre que ya es marca de la casa. Que una de las piezas más hermosas jamás escritas -el andante del concierto para dos mandolinas de Vivaldi- fuera cantada a capella por todos, y la oportunidad de verles tocar de memoria, con la sola compañía del instrumento y la música que duerme en su cabeza, terminaron por emocionarnos y por darnos una idea del camino recorrido todos estos años.
Algunos partirán, y continuarán su formación en otros centros, y esperamos que para ellos, esta desenfadada y compendiosa prueba sirva de piedra de toque y de preparación para lo que les viene; otros, seguirán enganchados a la música, en nuestro ciclo amateur y con otras expectativas menos formales, pero siempre cercanas e intensas; y otros quizá estén de despedida -esperamos que sólo temporal- del mundo del aprendizaje musical. Todos, en fin, llegan a este puerto con algo que soltar y con un equipaje con el que partir hacia la próxima parada del camino, y nuestro deseo es que, pase lo que pase, y sea donde sea, la música salga siempre victoriosa en sus vidas.




