Estamos de pie. Todavía lo estamos. Esa es la fuerza de la imagen. Retuvo (Re-tener, volver a tener, volver a tenerse); así que, a unas semanas de distancia, nos tenemos en pie, en la foto, donde todavía estamos comenzando a cantar. Pilar dirige, y el coro de 5º y 6º expone, poco a poco, sus voces, que se van desanudando y se van fundiendo unas con otras creando un fabuloso animal resonante. Se harán río, corriente generosa que nace en el cuerpo y se desdobla, en un difluir que anega los oídos del que canta y del que escucha. Ahora sí, todos juntos, unidos por la música que nos cerca como el calor, el aliento estival que, por entonces, asomaba la cabecita y que, ahora, a mediados de julio, exhibe su fortaleza de incendio solar y nos empuja hacia el calcinado centro del verano.
Cantábamos, cantamos, estamos cantando. Eso es lo cierto. En verdad, el lugar era inopinado. Convertimos las gradas en escenario. De casa del deporte a cueva de sonido. El público accedió, y ocupó la cancha, un reluciente patio de butacas recién armado. Y el público también crea. Crea porque cree. Y en su creer, en su recepción, descansa buena parte de lo que el arte tiene de arte. Ahí pusimos la música. Ahí dejamos el canto. En sus manos. Ése era el motivo. Por eso duramos. Por eso estamos de pie, todavía.