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El orden de los acontecimientos

A veces hay que preparar unos papelitos con los nombres. Disponerlos sobre la mesa, que será el espacio del escenario, e imaginar. Imaginar cómo sonará así, qué equilibrios, qué desajustes, qué pequeños ambientes, qué aspecto tendrá todo. En la imagen se ven los nombres de algunos estudiantes de guitarra de nuestra escuela. Los que ese día subirían a tocar en el auditorio del colegio mayor Montellano, cercano a la plaza Mayor de Salamanca. Último —ultimísimo— día del calendario escolar de junio. El curso acababa ahí. Y ordenamos los papeles: “Tú aquí, tú allá ¿dónde irás tú?”. Hay que pensar. A menudo la música se oye antes de que ocurra. La música puede sonar sin que suene, sin vibración viajando. Es cuestión de escuchar. Ellos, los músicos, están siempre disponibles en la memoria del que dirige. Es activar un botón de play en la mente y ¡flop! la música que empieza. Y, en los espacios del pensamiento, una pléyade de músicos siempre bien dispuestos se arranca a tocar. Se pueden cerrar los ojos. Todo ocurre igualmente. Suena. Pero ¿en qué orden? ¿En qué lugar pondré a Mario? ¿Podrá escuchar Elisa a Andrea? ¿Muevo a Marcos? 

La mañana pasa y, después del concierto imaginario, hay que guardar los papelitos, deshacer el pequeño montaje, despejar la mesa, apagar los sonidos de la mente. Ya es verano. Julio abrasa. Pasan los días y no dejo de oírlos.